lunes, 7 de febrero de 2011

Adaptación Obra

Encontré esta adaptación de una obra de Roberto Arlt que tuvimos que representar en el taller de teatro que hice en la UADE entre 1999 al 2000

SAVERIO, EL CRUEL.

ROBERTO ARLT

PERSONAJES
SAVERIO: GERMAN
SUSANA: DAIANA
LUISA: JULI
PEDRO: EDGARDO

(De la Escena I)

Susana, Pedro y Julia

SUSANA (separándose bruscamente del grupo y deteniéndose junto a la puerta izq.) – Entonces yo me detengo aquí y digo: ¿De dónde ha sacado Usted que yo soy Susana?

PEDRO – Si, ya sé, ya sé...

SUSANA (Volviendo a la rueda) – Ya debería estar aquí.

PEDRO (Mirando su reloj) – Las cinco.

LUISA (mirando su reloj) – Tu reloj adelanta siete minutos... (A Susana). - ¡Bonita farsa la tuya!

SUSANA (de pié, irónicamente). Este año no dirán en la estancia que se aburren. La fiesta tiene todas las proporciones de un espectáculo.

PEDRO – Si es un hombre inteligente, festejará del ingenio de Susana.

(Susana se retira... por la izq.)

(...)

(de la escena III)

PEDRO (Mirando a Susana retirarse, sin poder explicarse por que se retira) – Esto si que está bueno, nos planta en lo mejor! Quizás no le falte razón. ¿ Qué hacemos si al mantequero le da por tomar las cosas a lo trágico?

LUISA (despeinando a Pedro) – No digas pavadas. Ese hombre es un infeliz. Verás. Nos divertiremos inmensamente.

PEDRO (asomándose a la ventana) – Ahí está el mantequero.

LUISA – ¿Le aviso a Susana?

PEDRO (dándose vuelta hacia ella) - No!

(De la escena VI)

LUISA (Yendo hacia la puerta). – Buenas tardes. Permítame, Saverio. (Le toma el sombrero y lo cuelga en la percha) Soy hermana de Susana...

SAVERIO (Moviendo tímidamente la cabeza). – Tanto gusto. ¿La señorita Susana?

LUISA. – Pase usted. Susana no podrá atenderlo.... (Señalándolo a Pedro) Le presento al doctor Pedro.

PEDRO (Estrechándole la mano) Encantado.

SAVERIO. – Tanto gusto. La señorita Susana me habló de unas licitaciones de manteca...

PEDRO. – Sí, el otro día me informó... Usted deseaba colocar partidas de manteca en sanatorios....

SAVERIO (ansioso). - ¿Habría posibilidades?

LUISA. – Lástima grande, Saverio. Usted llega en tan mal momento...

SAVERIO (sin entender). – Señorita, nuestra manteca no admite competencia. Puedo disponer de grandes partidas y sin que estén adulteradas con margarina...

LUISA. – Es que...

SAVERIO (interrumpiendo). – Posiblemente no le dé importancia usted a la margarina, pero detenga su atención en esta particularidad: los estómagos delicados no pueden asimilar la margarina; produce acidez, fermentos gástricos...

LUISA. – ¿Por qué no habrá llegado usted en otro momento? Estamos frente e una terrible desgracia de familia, Saverio.

SAVERIO. – Si no es indiscreción...

LUISA. – No, Saverio. No. Mi hermanita Susana...

SAVERIO. -¿Le ocurre algo?

PEDRO. – Ha enloquecido.

SAVERIO. (Respirando). - ¡Ha enloquecido! Pero, no es posible. El otro día cuando vine a traerle un kilo de manteca parecía lo mas cuerda...

LUISA. – Pues ya ve cómo las desdichas caen sobre uno de un momento para otro...

SAVERIO. – Es increíble...

PEDRO. – ¿Increíble? Pues, mírela, allí está espiando hacia el jardín.

(Por la puerta asoma la espalda Susana, mirando hacia el jardín. De espaldas al espectador)

PEDRO. – Quiero observarla. Hagan el favor, escondámonos aquí.

PEDRO, LUISA y SAVERIO se ocultan. SUSANA se vuelve. SUSANA se muestra en el fondo de la escena con el cabello sobre la espalda, vestida de ropas masculinas. Avanza por la escena mirando temerosamente, moviendo las manos como si apartase lianas y ramazones.

SUSANA (melancólicamente). Árboles barbudos... y silencio... (Inclinándose hacia el suelo) Ninguna huella de ser humano. (Con voz vibrante y levantando las manos hacia el cielo) ¿¡oh, Dioses! ¿ Por qué habéis abandonado a esta tierna doncella? Oh! Sombras infernales, ¿por qué me perseguís?
Siempre el siniestro tambor de la soldadesca. Ellos allá, y yo aquí. (Agarrándose la cabeza). Todos los seres de la creación gozan un instante de reposo. Pueden apoyar su cabeza en el pecho deseado. Todos menos yo, fugitiva de la injusticia del Coronel desaforado. (se deja caer al piso) O terrores, terrores desconocidos, incomunables! ¿quién se apiada de la proscripta desconocida? ( se pone de pie) ¿ que hacer? No hay cueva que no registren los soldados del Coronel? (tomándose dolorida la cabeza) ¡cuando acabará mi martirio!

PEDRO. – (Saliendo del escondite, le pone una mano en el hombre) Tranquilízate, Susana.

SUSANA (con sobresalto violento)- Yo no soy Susana. ¿Quién es usted?

PEDRO. – Tranquilícese. (señalando las sillas) sentémonos en los troncos.

SUSANA.- ¿quién es usted? ¿ por qué no me contesta?

PEDRO – (vacilante, como quién no recuerda la letra) Perdón.... recién me doy cuenta que usted es una mujer vestida de hombre.

SUSANA – Y entonces, ¿por qué me llamó Susana?

PEDRO.- ¿Yo la llame Susana? No puede ser. Ha escuchado mal. Jamás pude haberla llamado Susana.

SUSANA (sarcástica) - ¿ Trabaja al servicio del Coronel? ¡eh!...

PEDRO (fingiendo asombro) - ¿El Coronel? ¿Quién es el Coronel?

(...)

SUSANA. – Soy la reina Bargatiana.

PEDRO. - ¿La Reina? ¿Vestida de hombre? ¿ Y en el bosque?

SUSANA. - ¿Ha caído un rayo?

PEDRO. – Mi suerte es descomunal.

SUSANA. – ¿Comprendes ahora la inmensidad de mi desgracia?

PEDRO (arrodillándose) Majestad... la miro y creo y no creo...

SUSANA. – Me has llamado Majestad... ¡Cuánto hace que esas palabras no suenan en mis oídos!

PEDRO. – Majestad, permítame que le bese las manos...

SUSANA. – (violenta) Esta revolución no es obra del pueblo, sino confabulación de mercaderes! Para salvar la vida tuve que disfrazarme de criada y huir por un subterráneo. Me protegió esta estampita de la Virgen. (La saca del pecho y la besa. Cambiando de tono) ¿Te atreverías tu?

PEDRO. - ¿ A qué Majestad?

SUSANA. – A cortarle la cabeza al Coronel.

PEDRO. - ¿ Al Coronel, si el no me ha hecho nada?

SUSANA. (sin oír lo que le dicen) Los soldados me buscan. Escapemos!!

PEDRO. – A mi cabaña, Majestad. Corra a mi cabaña! Allí no la podrán encontrar. (guía a Susana hasta la salida.)

(...)

LUISA. (saliendo con Saverio) ¡Me parte el corazón escucharla! ¡que talento extraviado! Y tan ciertamente se cree en el bosque.

(Se sientan a la mesa)

SAVERIO. – ¿Y tendrá remedio esta locura, doctor?

PEDRO – Es aventurado anticipar afirmaciones. Yo tengo un proyecto. A veces da resultado. Consiste en rodear a Susana del reino que ella cree perdido.

SAVERIO. – Eso es imposible.

PEDRO. –En breves términos: la obsesión de Susana circula permanentemente en torno de una cabeza cortada. La cabeza cortada es el leivmotiv de sus disquisiciones. Pues bien, nosotros hemos pensado en organizar una comedia con habilidad tal, que Susana asistirá a la escena en donde se le corta la cabeza al Coronel. Estoy seguro que la impresión que a la enferma le producirá ese suceso terrorífico, le curará de su delirio.

SAVERIO. – Dios... eso es macabro... ¿ y han averiguado de donde proviene su locura?

PEDRO. – Probablemente... exceso de lecturas... Anemia cerebral.

SAVERIO. – La manteca es buena para el cerebro...

LUISA. – Se trata de otras dolencias, Saverio.

SAVERIO. – La manteca fortalece el sistema nervioso central...

PEDRO. – No dudamos en las virtudes de la manteca, Saverio.

LUISA.- Hágame el favor... apártese de la manteca, Saverio. Nosotros queremos saber si puede prestarnos el servicio, pagándole por supuesto, de desempeñar el papel de Coronel en nuestra farsa.

SAVERIO. (asombrado) – Yo de Coronel... soy antimilitarista! (Piensa...) ¡Yo no sé! Ustedes me ponen en...

LUISA. – Ningún aprieto, Saverio, ninguno. Usted acepta porque tiene buen corazón.

SAVERIO. – En fin...

LUISA. – Actitud digna de un caballero.

PEDRO. – Compraremos el uniforme de Coronel en una ropería teatral.

LUISA. – y la espada... Ah, si me parece ver el espectáculo.

SAVERIO. – Y yo también creo verlo. (Restregándose las manos) ¿ No cree usted que puedo ser un buen actor?

PEDRO. – Sin duda, tiene el físico.

LUISA. - ¿quiere tomar el té con nosotros, Saverio?

SAVERIO (mirando precipitadamente el reloj) – Imposible, gracias. Tengo que entrevistarme ahora mismo con un mayorista.

(Todos acompañan a Saverio a la puerta y salen. Vuelve a entrar Saverio. Es otro lugar. Su pensión. Se saca el saco y lo pone en la silla. Sonríe, le gusta la idea. Mira a su alrededor. Pone una sábana sobre la mesa. Se sube a lo que cree el trono. Extiende el índice perentoriamente, después de tomar la espada.)

¡Fuera, perros, quitaos de mi vista! (Mirando al costado) General, que fusilen a esos detenidos. (Sonríe amablemente) Señor Ministro, creo conviene trasladar esta divergencia a la Liga de las Naciones. (Galantemente, poniéndose de pie) Marquesa, los favores que usted solicita son servicios por los que quedo obligado. (Con voz natural, sentandose) Diablos, esta frase ha salido redonda! (Ahuecando la voz, grave y confidencial.) Eminencia, la impiedad de los tiempos presentes acongoja nuestro corazón de gobernante prudente. ¿No podría el Santo Padre solicitar de los patronos católicos que impusieran un curso de doctrina cristiana a sus obreros? (Apasionado, de pie) Señora, el gobernante es coronel, el coronel hombre, y el hombre la ama a usted. (Otra vez con tono chabacano, sentándose.) ¡Que me ahorquen si no desempeño juiciosamente mi papel de usurpador!

(Golpean la puerta. Saverio sale de su papel y va a abrir)

PEDRO. Buenas tardes, amigo Saverio.

SAVERIO. – Buenas tardes, doctor.

LUISA. -¡Pero que monada está, Saverio! Veo que está ensayando.

PEDRO. (Mira el lío armado por Saverio) - ¿Y esto que es?

SAVERIO. – Les diré... una parodia de trono... para ensayar...

PEDRO (preocupado) – Notable...

LUISA.- ¡Qué ingenio, que maravilla! ¿No te decía yo? Este es el hombre que necesitamos. (con aspavintos) ¿Cómo nos hubieramos arreglado sin usted, Saverio?

PEDRO. – Todo lo ha previsto usted.

SAVERIO. (observando que no hay sillas, sale un momento) – Voy a buscar sillas, permiso...

LUISA. – Está loco este hombre.

PEDRO. – Es un infeliz, pero no le tomemos el pelo ten descaradamente que se va a dar cuenta.

LUISA. – (entra Saverio con sillas) ¿Por qué se molestó, Saverio?

SAVERIO. – No es molestia, señorita.

LUISA. – Muchas gracias, señor Saverio... si no soy indiscreta... ¿le cuesta mucho posesionarse de su papel de coronel?

SAVERIO. – Es solo cuestión de posesionarse, señorita. Nuestra época abunda de tantos ejemplos de hombres que no eran nada y terminaron siéndolo todo, que no me llama la atención vivir hoy dentro de la piel de un coronel.

PEDRO. - ¿ha visto usted que tenía yo razón al solicitarle su ayuda?

LUISA. – Y usted que decía que era antimilitarista....

PEDRO. – Como todo... es cuestión de empezar... y probar.

LUISA. (Batiendo las manos como una niña caprichosa) ¿Por qué no ensaya algo ahora?

SAVERIO. - Es que...

PEDRO. - Conviene, Saverio, seis ojos ven mas que dos!

LUISA. - Sea Buenito, Saverio...

PEDRO. De paso corregimos los defectos. Nunca las escenas improvisadas quedan bien...

SAVERIO (Subiendose al trono). - ¿Cómo sigue la señorita Susana?

PEDRO. - Con ataques menos intensos, pero muy frequentes...

SAVERIO. - ¿Y usted cree que se curara?

PEDRO. - Yo pongo enormes esperanzas en la reacción que puede provocar esta farsa.

SAVERIO. - Y si no se cura, no se aflijan ustedes. Puede que se avenga a partir el trono con el Coronel. Usted sabe que las necesidades políticas determinan casamientos considerados a prima facie irrealizables.

LUISA. Saverio, calle usted... piense que es mi hermana!

PEDRO. - Sirvase la espada, Saverio.

SAVERIO. - ¿Hace falta?

PEDRO. - Claro, Saverio, esta en caracter.

(Saverio apoya la espada en la mesa y se queda de pie con aspecto de fantoche serio)

SAVERIO. - ¿estoy bien así?

LUISA. (mordiendo un pañuelo). Muy bien, a lo prócer!

PEDRO. -Separe un poco la espada del cuerpo. Es mas gallardo.

SAVERIO. - ¿Así?

LUISA. - A mi me parece que está muy bien!

SAVERIO. - (enderezándose pero sin exageración) Bueno, yo me imagino que estoy aqui en el trono rechazando a enemigos políticos y exclamo (Grita débilmente): "Fuera perros"

LUISA. - (destornillandose de la risa) No se oye nada, Saverio, más fuerte!

PEDRO. - Si, con mas violencia.

SAVERIO. (esgrimiendo enérgicamente el sable. Gritando. ) Fuera, perros!

PEDRO. - (Sorprendido) Escuchándole, quién se imaginaría que usted es un simple vendedor de manteca.

LUISA. - Mire si Susana, después de curarse, se enamora de usted.

SAVERIO. Ahora es una conversación que yo mantengo durante el baile con una dama esquiva. Le digo: "Marquesa, el gobernante es corenel, el coronel es hombre, y el hombre la ama a usted".

LUISA. - Divino, Saverio, Divino.

PEDRO. - Ha estado usted tan fino como el mas delicado de los hombre.

LUISA. ¡Oh! Cuántos hombres deberían parecerse a usted.

SAVERIO (bajandose del trono) ¿Están satisfechos?

PEDRO. - Mucho!

LUISA. - Superó todas nuestras espectativas!

SAVERIO. - Y miren esto. (Saverio destapa la guillotina)

PEDRO. - ¿Pero, para qué una guillotina?

SAVERIO. - ¡Y cómo quieren que gobierne sin cortar cabezas?

PEDRO. - Pero no es necesario llegar a esos extremos.

SAVERIO. - (riéndose) Doctor, uested es de esos ingenuos que aún creen en las ficcones democráticas parlamentarias.

LUISA. - (Tirando del brazo a Perdo) Vamos, Pedro, se nos hace tarde.

PEDRO. - No sé que contestarle. Otro día conversaremos.

SAVERIO. - Quédense... les voy a enseñar como funciona... Se tira de la soguita...

PEDRO. Otro día, Saverio, otro día... (Los visitantes se retiran hacia la puerta)

SAVERIO. - Podermos montar las guillotinas en camiones y prestar servicio a domicilio...

LUISA. (Habriendo la puerta) Hasta la vista Saverio. (Los visitantes salen)

SAVERIO. – (Aún sin salir de su papel, corriendo detrás de ellos.) Dejan sus guantes...

(Salen todos.)

(Escena ultima.)

(Entran todos, menos Saverio)

SUSANA. – Alegres invitados, ¿cómo me encuentran?

TODOS. – Bien, bien...

PEDRO. (Parodiando) Distinguida concurrencia. Tengo el gusto de presentarles a la inventora de la tragedia y de la más descomunal tomadura de pelo que se tiene conocimiento en Buenos Aires. ¡Que hable Susana!

SUSANA. (Subiendo al estrado) No conviene que el autor hable de su obra antes que el desenlace horripile a la concurrencia. Lo único que les digo es que el final les divertirá bárbaramente. (Aplausos)

PEDRO. – Ahí viene el señor Saverio... (va a la puerta, Susana sale de escena.)

LUISA. – A portarse decentemente.

(Entra Saverio súbitamente al salón. Camina marcialmente. No saluda a nadie. Su continente impone respeto.)

SAVERIO. – Señores, la farsa puede comenzar cuando ustedes quieran. (A Pedro) Ordene que la orquesta toque. (Se dirige al trono. Pedro sale)

(Entra Pedro. Se dirige a Saverio.)

PEDRO. – Majestad, la Reina Bragatiana quiere verlo.

SAVERIO (Siempre sentado) – Que pase.

SUSANA. (Majestuosamente avanza entre las filas) ¿Los señores condes se divierten?

(Saverio no abandona su posición fría y meditativa) Su reina fugitiva padeciendo en tierras de ignorada geografía! ¡Ellos bailando! (Lentamente) ¿Qué veo aquí? ¡No hay fieras de piel manchada, pero sí corazones de acero! (El coronel permanece pensativo, no vuelve la cabeza para mirarla) Obsérvenle ustedes. No me mira. No me escucha. (Bruscamente rabiosa.) ¡Coronel ballaco, mírame en la cara!

SAVERIO. – (A la concurrencia) Lástima que los señores duques no tengan una Reina mejor educada.

SUSANA (irónica) Miserable! ¿Pensabas tu en la buena crianza cuando me arrebataste el trono? (Patética) Destuiste el paraíso de una virginal doncella. Donde ayer florecían rosas, hoy rechina hierro homicida. ¡Contésteme!

SAVERIO. – (Se pone de pie.) ¿Está usted haciendo literatura, su majestad? Le daré la clave de mi silencio. El otro día vino a verme su verdadera hermana, Julia. Me informó de la burla que usted había organizado con sus amigos. Comprenderá entonces que no puedo tomar en serio lo que usted está diciendo.

(Al escuchar esto, todos retroceden como si recibieran una bofetada. SAVERIO se sienta impasible.)

SUSANA. – (dirigiendose a los invitados.) – Les ruego que me dejen a solas. Tengo que pedirle perdón a este hombre. (Se retiran los invitados. Sólo quedan Saverio y Susana)

SUSANA. - Es terrible la jugada que me ha hecho, Saverio, pero está bien. (Se sienta al pie del trono, pensativa. Lo mira.) Se está bien en el trono, ¿eh, coronel? Es agradable ver la tierra girando a sus pies.

SAVERIO. (Poniéndose de pie) – Me marcho.

SUSANA. – (Levantándose rápidamente.) Quédese aquí conmigo, Coronel.

SAVERIO. – (Se vuelve) ¿Por qué se obstina en proseguir la farsa?

SUSANA. (Sincerándose, lo toma de la mano) – Me agrada tenerlo aquí sólo, conmigo. (Riéndose) ¿Así que se hizo fabricar una guillotina y todo? Eso sí que está bueno. ¡Usted está ten loco como yo! (Saverio se deshace de la mano y se sienta pensativo.)

SUSANA. - ¿Por qué no me escucha? ¿Quiere que me arrodille ante usted? (Se arrodilla) La princesa loca se arrodilla ante el desdichado hombre pálido. (Saverio no la mira. Ella se para.) ¿No me escucha Coronel? (Lo mira enamorada.) Soy su novia espléndida que tu corazón esperaba. Mírame amado. (Se abalanza sobre él)

SAVERIO. – Mire que puede entrar gente.

SUSANA.- ¿Acaso te desagrada que esté cerca de ti?

SAVAERIO. – Parece que se estaría burlando.

SUSANA. - ¿Burlarme de mi Dios? ¿Qué herejía es esa, Saverio? (Lo toma del brazo)

SAVERIO (violento) - ¿Qué farsa es la tuya? (Le retira violentamente el brazo)

SUSANA. - ¿ Por que me maltratas así querido?

SAVERIO. –Disculpe. Su mirada es terrible.

SUSANA. – Déjame apoyarme en ti. (Lo abraza nuevamente)

SAVERIO. – Hay un odio espantoso en su mirada. (Trata de desasirse).

SUSANA. – No tengas miedo, querido. Estás impresionado.

SAVERIO. (Desconcertado) ¿qué le pasa? Está blanca como muerta.

SUSANA (Melosa) ¿Tienes miedo, querido?

SAVERIO (Saltando del trono) ¿ Qué oculta en esa mano?

SUSANA (Súbitamente rígida, de pie al estrado.) – Miserable.

SAVERIO. - ¡Susana! (Súbitamente comprende y grita espantado.) Esta mujer está loca de verdad... Luisa, Pedro!!! (Susana extiende el brazo con el revolver.) ¡No¡ ¡Susana!

SUSANA. – Ha sido inútil, Coronel, que te disfrazaras de vendedor de manteca. (Suenan dos disparos... Susana cae de rodillas y se agarra la cabeza, mientras Saverio cae muerto.)

FIN

Versión 29 Mayo 2000 

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