Por las noches esperaban a Mónica. Trabajaba en la ciudad, las combinaciones del tren son malas. Ellos, él y su esposa, se sentaban y esperaban a Mónica. Desde que trabajaba en la ciudad, comían recién a las siete y media. Antes hubieran comido una hora mas temprano. Ahora la esperaban todos los días con la mesa servida, en sus lugares, el padre en la cabecera, la madre en la silla cercana a la puerta de la cocina, esperaban frente al lugar vacío de Mónica. Un tiempo después, ante el café humeante, ante la manteca, el pan, la mermelada.
Era mas alta que ellos, también era mas rubia y tenía la piel tan fina como la de la tía María. "Siempre fue una chica muy buena", decía la madre, mientras esperaban.
En su habitación tenía un tocadiscos, con frecuencia traía discos de la ciudad y siempre sabía quien cantaba en él. También tenía un espejo y distintas botellitas y pequeñas latas, un banco de cuero marroquí, un paquete de cigarrillos.
El padre recibía su paga también de una oficinista. Miraba los sellos colgando del bastidor, se sorprendía por el sonido suave de la calculadora, el cabello rubio de la joven. Decía amablemente "de nada" cuando él agradecía.
Al mediodía se quedaba Mónica en la ciudad, comía alguna tontería, como ella decía, en una casa de té. Entonces era una joven que fumaba sonriente en las casas de té.
Con frecuencia ellos le preguntaban lo que había hecho en la ciudad, en la oficina. Nunca supo decir nada.
Entonces procuraban al menos imaginarse exactamente como abre su estuche rojo en el tren y muestra su abono, como va a lo largo del andén , como conversa animadamente con sus amigas camino a la oficina, como responde sonriente al saludo de un señor.
Y en esta hora se imaginan muchas veces entonces, como vuelve a casa, la cartera y una revista de moda bajo el brazo, su perfume. Se imaginan como se sienta en su lugar y como comerían todos juntos.
Pronto va a alquilar una habitación en la ciudad. Ellos ya lo sabían y que entonces nuevamente comerían a las seis y media, que el padre después del trabajo leería su periódico, que ya no habría más una habitación con tocadiscos, ni una hora de espera. Sobre el armario había una florero sueco, azul, de vidrio, un florero de la ciudad, una propuesta de una revista de moda.
"Es como tu hermana", dijo la mujer, "tal cual tu hermana. Te acordás lo hermoso que cantaba..."
"Otras jóvenes también fuman", dijo la madre.
"Si," dijo él, "eso también lo dije".
"Su amiga hace poco se casó", dijo la madre.
Ella también se va a casar, pensó él, va a vivir en la ciudad.
Hace poco le pidió a Mónica: "Decí algo en francés." - "Si", repitió la madre, "decí algo en francés". Pero ella no supo decir nada.
También sabe escribir a máquina, pensó él en ese momento.
"Para nosotros eso sería muy difícil", se decían uno al otro con frecuencia.
Entonces la madre puso el café sobre la mesa. "Escuché el tren", dijo.
Este cuento me hace acordar muchísimo a unos familiares que tenía en Berlin: Else y Werner. Pese a que el cuento que traduje no lo dice, no lo describe, me imagino a ellos dos sentados en su mesa, en cada detalle: a Werner fumando su cigarrillo en su sillón, a Else sentada en su silla cerca de la puerta y del teléfono, con las piernas juntas y ambas manos sobre su falda. Recuerdo el mantel, los muebles, el plátano creciendo, ya por encima del balcón ("cuando nos mudámos", solían decir, "recién los habían plantado".) El edificio era uno de los pocos que había quedado en pié despues de la guerra, sobre Victoria-Luise Platz. Los detalles de la mesa puesta, esperándome cuando iba de visita. La alegría por las pequeñas cosas. El describir nuestros paseos al detalle, contando todo para que Else reviviera con nosotros el paseo que no había podido hacer ese día. Ya no podía caminar como antes, me decía... sólo nos había acompañado hasta la entrada al subte y nos había saludado con la mano en alto, ajustandose con la otra el tapado para no tomar frío, hasta que habíamos desaparecido dentro de la estación. El pensar en la botella de Sekt (vino espumante) en la mesa bajo la ventana, para después del Abendbrot, para cuando charlabamos esperando llegue la noche. Las tres copas sobre la mesa, con mantel blanco, al lado del sillón de dos cuerpos y los sillones individuales. La bombonera (con bombones!) en la mesa del cuarto de Marianne, tal cual ella lo había dejado antes de irse a vivir a Munich... München. Mirar desde el balcón las luces de las construcciones en Potsdamer Platz. El "secreto" del botón del abrepuertas bajo el portero eléctrico para abrir el portón de entrada, repetido cada vez que entrábamos. Todo ya no está... el edificio es el mismo, los plátanos siguen creciendo y seguramente ya pasaron la altura del balcón y taparon el sol del verano, algo que hubiera apenado mucho a Else. Los muebles seguramente en lo familiares en Hanóver. Las cartas de los viajes de mi abuelo, seguramente en lo de algún anticuario o recicladas como papel. El cuadro de mi tío abuelo, la serigrafía de la Rathaus de Breslau, que coronaba nuestras charlas tomando Sekt, en casa de mis padres, en Buenos Aires... Else siempre había dicho que ese cuadro sería para mi papá y por suerte puede traerlo en 2004 en el avión. Ya no hace falta tomar el tren, el subte desde Frohnau a Schöneberg. Tampoco podría ya dar con Viktoria-Luise Platz... y tampoco hace falta. Ellos ya hace tiempo que no están... pero aún los recuerdo.
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